Las Islas Canarias han sido visitadas desde antiguo por las
civilizaciones del Mediterráneo, para abastecerse de tintes naturales como la
orchilla, un liquen canario (Roccella canariensis) del que ya hay
noticias escritas en el siglo primero I d.C., cuando Plinio narra cómo
navegantes y comerciantes romanos viajaban hasta las “islas purpurarias” a por
el apreciado color púrpura con el que ya comerciaban los fenicios. Esta “fiebre
púrpura” resurgió con la conquista europea de las islas, cuando el conquistador
Juan de Bethencourt "tiñe" los palacios florentinos de púrpura canario,
un tinte al que se sumabas otros púrpuras derivados de moluscos Muricidae (s. XVI y
XVII), amarillos de vegetales como la gualda (Reseda luteola) o los
rojos de los tasaigos
(Rubia fruticosa).
A la producción tintórea derivada de la vegetación y fauna
autóctona, se sumaron otras foráneas como la cebolla, la almendra, el zumaque o
la hierba pastel, aunque solo la tunera
(Opuntia spp.) supuso
un negocio equiparable a la orchilla. Un tinte que se obtiene de una plaga que
afecta a estos cactus mesoamericanos (la cochinilla o grana, Dactylopius
coccus). Las tuneras se plantaron con fruición en el s.XIX, traídas desde
Cádiz junto a su plaga, tras el derrumbe de la industra orchillera, la crisis
vitivinícola y de la caña de azúcar. En pocos años se convirtió en el primer
producto de exportación canario (de 1848 a 1852), llegando a rivalizar incluso
con México por su gran calidad.
En 1856 se descubren las anilinas sintéticas, que empezaron a
sustituir a los carmines naturales. Esto supuso supuso una verdadera depresión
económica para el archipiélago Canario, desde entonces con un paisaje plagado
de tuneras (como puede verse en Guiniguada), aunque aún subsiste una cierta
economía vinculada a ellas en Lanzarote y Fuerteventura (DOP Cochinilla de
Canarias).
Imagen: Curtis, W., Botanical Magazine. vol. 54. t. 2742 (1827).